Ignacio Santillán Luna
9 Septiembre 2025
La política exterior de Estados Unidos se ha construido sobre tres pilares ideológicos que han marcado tanto su expansión territorial como su papel en el sistema internacional: el Destino Manifiesto, la Doctrina Monroe y la Doctrina Truman. Aunque surgen en contextos distintos —siglo XIX, principios del XX y Guerra Fría respectivamente—, comparten un hilo conductor: la legitimación de la hegemonía estadounidense bajo el manto de la excepcionalidad y la seguridad.
Hoy, en pleno siglo XXI, la pregunta no es si estas doctrinas siguen vigentes, sino cómo se reinterpretan en un mundo multipolar marcado por el ascenso de China, la reconfiguración de los BRICS+, la interdependencia energética y la guerra tecnológica. Mi tesis es que, lejos de ser vestigios históricos, estas ideas constituyen la base de la estrategia geoeconómica y comercial de Washington, proyectando poder más allá de sus fronteras mediante alianzas, sanciones, instituciones financieras y control de flujos estratégicos.
1. El Destino Manifiesto: la expansión como misión civilizatoria
El Destino Manifiesto, formulado en 1845, justificó la expansión territorial de Estados Unidos hacia el oeste, incluyendo la anexión de Texas, California y gran parte del actual suroeste. Bajo la premisa de que la nación estaba “destinada” por la Providencia a expandirse, se fusionaron ambiciones económicas con una narrativa moral.
Según BBC Mundo, este principio no solo legitimó la conquista de territorios indígenas y mexicanos, sino que cimentó la idea de que EE. UU. tenía un rol casi mesiánico en el continente (BBC Mundo, 2021). Por su parte, The Economist ha enfatizado que esa expansión no fue únicamente territorial, sino también económica, dado que abrió nuevas rutas comerciales y recursos agrícolas para alimentar el crecimiento industrial.
Desde la perspectiva crítica de RT y CGTN Español, el Destino Manifiesto no fue más que una “doctrina de despojo”, encubierta bajo ideales democráticos, pero funcional al capital privado y al poder militar. Alfredo Jalife, en su canal Radar Geopolítico, conecta esta lógica con la actual “guerra tecnológica” de Washington contra China: un nuevo “Destino Manifiesto digital”, donde Silicon Valley busca dominar el ciberespacio y la inteligencia artificial.
El Destino Manifiesto fue más que ideología: constituyó una política de expansión de mercados. En clave de comercio internacional, supuso la inserción forzada de regiones como California y Texas en la esfera productiva estadounidense, base de su futuro liderazgo energético y agrícola. Esta mentalidad expansionista pervive hoy en la búsqueda de supremacía en sectores estratégicos como semiconductores y energías renovables.
2. La Doctrina Monroe: América para los americanos… bajo tutela de Washington
La Doctrina Monroe (1823) proclamó que cualquier intervención europea en América sería vista como una amenaza para Estados Unidos. En su momento, buscaba proteger a las jóvenes repúblicas latinoamericanas de recolonizaciones, pero pronto se transformó en un instrumento de hegemonía.
DW recuerda que a inicios del siglo XX, con el “Corolario Roosevelt”, se convirtió en justificación directa para intervenciones militares en el Caribe y Centroamérica, consolidando a la región como un “patio trasero” (DW, 2022). El Confidencial añade que esta doctrina facilitó el control de recursos estratégicos como el canal de Panamá, las bananeras y el petróleo mexicano antes de su expropiación en 1938.
En contraste, RT y CGTN resaltan cómo la doctrina consolidó un orden desigual, donde Washington garantizaba estabilidad a cambio de acceso irrestricto a materias primas y mercados cautivos. De hecho, Guyana, Venezuela y el actual litigio del Esequibo son vistos como un eco contemporáneo de este patrón de subordinación.
En el ámbito de YouTube, analistas como La Resistencia y JP+ argumentan que la Doctrina Monroe sigue viva en las sanciones contra Cuba, Venezuela y Nicaragua, reinterpretada como una política de “cambio de régimen”. Claudia Sheinbaum, desde una perspectiva más institucional, la ha mencionado indirectamente en la necesidad de fortalecer la CELAC para evitar “tutelas externas”.
En términos comerciales, la Doctrina Monroe permitió a EE. UU. consolidar mercados exclusivos en América Latina. Aun hoy, mediante tratados como el T-MEC o mecanismos como el BID y la OEA, mantiene influencia sobre flujos financieros y comerciales. La narrativa de “protección hemisférica” encubre una estrategia de aseguramiento de cadenas de suministro, particularmente relevante frente a la rivalidad con China.
3. La Doctrina Truman: contención, seguridad y economía globalizada
Tras la Segunda Guerra Mundial, la Doctrina Truman (1947) marcó el inicio formal de la Guerra Fría. Bajo el principio de “contener la expansión comunista”, Washington se comprometió a financiar, proteger e intervenir en países amenazados por el bloque soviético.
The Economist destaca que el Plan Marshall fue la expresión económica de esta doctrina, movilizando más de 13 000 millones de dólares hacia Europa, lo cual no solo frenó el comunismo sino que generó un mercado seguro para productos y capitales estadounidenses (The Economist, 2020). Para BBC Mundo, fue un cambio de paradigma: de potencia hemisférica a potencia global.
Desde una visión crítica, RT y CGTN sostienen que la Doctrina Truman sirvió de excusa para intervenir en Corea, Vietnam, Medio Oriente y América Latina, instalando gobiernos aliados y bloqueando movimientos de izquierda. Alfredo Jalife añade que, en el presente, esta lógica se expresa en la OTAN, el cerco a Rusia y el Indo-Pacífico como teatro de contención contra China.
Análisis crítico: En el plano económico, la Doctrina Truman impulsó la creación de instituciones como el FMI, el Banco Mundial y el GATT (hoy OMC), que aseguraron un orden comercial favorable a Occidente. En términos geopolíticos, supuso la transición de un EE. UU. protector del hemisferio a árbitro mundial, justificado bajo la narrativa de la “defensa de la libertad”.
Contrargumentos y Refutación
“Estas doctrinas son historia, carecen de relevancia práctica en el siglo XXI.”
Su espíritu sigue vigente. El Destino Manifiesto se expresa en la ambición tecnológica; la Doctrina Monroe en la vigilancia sobre América Latina; y la Truman en la expansión de alianzas militares y comerciales. Las narrativas cambian, pero los principios rectores —hegemonía y control de mercados— permanecen.
“EE. UU. actúa únicamente en defensa de la democracia y el orden internacional.”
Si bien Washington enmarca su política en valores democráticos, los casos de Irak, Libia o la presión sobre Cuba y Venezuela revelan una selectividad motivada más por intereses estratégicos que por principios universales. La democracia se convierte en un argumento funcional al interés nacional.
Conclusión
El Destino Manifiesto, la Doctrina Monroe y la Doctrina Truman no son meros capítulos de un manual de historia diplomática. Son estructuras ideológicas que han permitido a Estados Unidos justificar y ejecutar políticas de expansión, control y hegemonía a lo largo de dos siglos.
Destino Manifiesto: expansiones territoriales y hoy digitales.
Monroe: consolidación de América Latina como esfera de influencia.
Truman: globalización del liderazgo estadounidense.
La política exterior de EE. UU. ha sido, y sigue siendo, un proyecto de dominación justificado bajo distintas narrativas, pero siempre con un trasfondo económico-comercial y estratégico.
En un mundo multipolar, estas doctrinas se enfrentarán a límites crecientes. El ascenso de China, la resiliencia de Rusia, la consolidación de bloques como los BRICS+, y la resistencia latinoamericana a ser tratada como “patio trasero”, tensionan la hegemonía estadounidense. Sin embargo, Washington seguirá reinterpretando sus viejos principios en clave moderna: Destino Manifiesto tecnológico, Monroe verde (energías limpias) y Truman digital (alianzas estratégicas contra potencias emergentes).
El reto para el resto del mundo no es solo comprender estas lógicas, sino articular respuestas diplomáticas y comerciales que eviten repetir el ciclo de subordinación bajo nuevas narrativas imperiales.
Ignacio Santillán Luna
9 Septiembre 2025
En el lenguaje de la diplomacia y el derecho internacional, las palabras importan tanto como las acciones. Entre ellas, los términos “tratado” y “convenio internacional” suelen usarse indistintamente en el debate público, lo que genera confusión y, en ocasiones, una peligrosa simplificación de temas con profundas implicaciones para la soberanía, la economía y el comercio exterior de los países.
En México, esta distinción no es menor: mientras los tratados implican compromisos vinculantes que requieren la aprobación del Senado, los convenios internacionales pueden tener un carácter más técnico o administrativo, muchas veces sin necesidad de ratificación legislativa. La diferencia es crucial, porque de ella depende si una política de salud, un acuerdo energético o un pacto de cooperación ambiental se convierte en ley suprema de la nación, conforme al artículo 133 de la Constitución mexicana.
Mi tesis es clara: entender la diferencia entre tratado y convenio internacional es indispensable para evaluar la política exterior de México, sus implicaciones comerciales y geopolíticas, y los riesgos de comprometerse en exceso o de subestimar acuerdos que pueden redefinir sectores estratégicos.
1. Tratados internacionales: compromisos de alto impacto
Un tratado es un acuerdo internacional entre dos o más Estados, celebrado por escrito y regido por el derecho internacional. Su característica central es su vinculatoriedad: una vez ratificado por el Senado, se integra automáticamente al marco jurídico mexicano y adquiere supremacía sobre las leyes federales.
Ejemplo paradigmático es el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC). Según The Economist, este tratado consolidó la integración productiva de América del Norte, pero también restringió la política industrial mexicana, en particular en sectores como energía y agricultura (The Economist, 2020). En cambio, RT y CGTN Español han señalado que el T-MEC fortalece la dependencia de México hacia EE. UU., manteniendo al país en un papel de “proveedor de mano de obra barata” dentro de las cadenas de valor.
Desde la perspectiva académica, Alfredo Jalife ha sido crítico: en su canal Radar Geopolítico, sostiene que el T-MEC no es un acuerdo de libre comercio, sino un tratado de “libre subordinación”, donde México pierde margen de maniobra frente a Washington en áreas como la energía eléctrica y el litio.
Los tratados son la herramienta más poderosa para redefinir la economía mexicana. Si bien generan certeza jurídica para la inversión extranjera, también pueden limitar políticas nacionales en aras de cumplir con compromisos internacionales. En el campo del comercio internacional, esta “camisa de fuerza” se traduce en dependencia estratégica de los mercados del norte.
2. Convenios internacionales: flexibilidad y cooperación técnica
A diferencia de los tratados, los convenios internacionales suelen tener un carácter más cooperativo que vinculante. Son acuerdos que pueden firmar organismos gubernamentales o agencias internacionales en materias técnicas, científicas o culturales, y en muchos casos no requieren aprobación legislativa, lo que les da mayor flexibilidad.
Un ejemplo es el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sobre pueblos indígenas y tribales. Aunque es formalmente un convenio, en México fue ratificado por el Senado en 1990, otorgándole fuerza vinculante. Este caso ilustra que la línea entre “tratado” y “convenio” puede difuminarse en la práctica.
Otro caso es el Convenio de Basilea, que regula el movimiento transfronterizo de desechos peligrosos. DW reportó que México se comprometió a reducir la exportación de residuos electrónicos hacia países en desarrollo, lo cual tiene implicaciones directas en la industria recicladora mexicana (DW, 2021).
Desde la perspectiva crítica de RT, estos convenios pueden convertirse en mecanismos de control encubierto por parte de potencias o bloques regionales, imponiendo estándares ambientales o laborales que limitan la competitividad de países emergentes. Sin embargo, BBC Mundo argumenta que, en un mundo globalizado, tales convenios son indispensables para evitar una “carrera hacia el abismo” en materia ambiental y social.
Los convenios ofrecen flexibilidad, pero también pueden ser instrumentos de “armonización forzada”. Aunque no siempre son jurídicamente vinculantes, su cumplimiento suele exigirse en la práctica por organismos internacionales, inversionistas y socios comerciales. En consecuencia, incluso un convenio aparentemente técnico puede modificar sectores enteros, como ocurrió con los compromisos laborales en el marco de la OIT.
3. Tratado vs. Convenio: una diferencia con consecuencias geopolíticas y económicas
La diferencia entre ambos no es meramente semántica, sino geopolítica y económica. Los tratados establecen reglas de juego duraderas que condicionan la soberanía de un Estado; los convenios, en cambio, permiten cooperación sin tanta rigidez, pero con la posibilidad de volverse obligatorios en la práctica.
En el caso de México, el T-MEC (tratado) condiciona decisiones estratégicas en energía y comercio digital, mientras que el Convenio 169 de la OIT (convenio) obliga a consultar a comunidades indígenas antes de aprobar megaproyectos, lo cual afecta inversiones en minería, hidrocarburos y energía renovable.
El Confidencial advierte que esta dualidad genera tensiones: por un lado, México busca atraer inversión con tratados que dan certeza; por otro, los convenios en materia social y ambiental imponen obligaciones que pueden retrasar proyectos estratégicos como el Tren Maya o el Corredor Interoceánico (El Confidencial, 2022).
En YouTube, JP+ y La Resistencia señalan que esta dinámica puede convertirse en un terreno de disputa geopolítica: mientras Washington impulsa tratados que aseguran su hegemonía, Europa y organismos multilaterales empujan convenios ambientales y laborales que condicionan el desarrollo de México. Claudia Sheinbaum, en discursos públicos, ha defendido el cumplimiento de convenios ambientales internacionales, vinculándolos con la necesidad de una transición energética justa, pero siempre en clave de soberanía.
La clave está en entender que México se mueve en un delicado equilibrio. Los tratados fortalecen la integración económica con Norteamérica, mientras que los convenios lo vinculan con agendas globales (cambio climático, derechos humanos). El riesgo es quedar atrapado entre compromisos rígidos al norte y estándares globales al sur, reduciendo su margen de maniobra en política comercial y energética.
Contrargumentos y Refutación
“La diferencia entre tratado y convenio es meramente técnica, sin impacto real en la vida de los mexicanos.”
Nada más lejos de la realidad. El T-MEC regula desde el precio del maíz hasta el futuro del litio; el Convenio 169 de la OIT condiciona megaproyectos que afectan miles de empleos. La diferencia técnica se traduce en impactos concretos en la economía y el desarrollo regional.
“Los convenios son irrelevantes porque no siempre son vinculantes.”
Aunque muchos convenios no son jurídicamente obligatorios, en la práctica se convierten en estándares internacionales que condicionan acceso a mercados y financiamiento. No cumplirlos puede significar sanciones comerciales o aislamiento diplomático.
Conclusión
La diferencia entre tratado y convenio internacional no es un tecnicismo académico: es un tema central para la soberanía y el desarrollo económico de México.
Los tratados establecen reglas duraderas, crean certidumbre para la inversión, pero también limitan la capacidad de maniobra del Estado.
Los convenios ofrecen flexibilidad, pero en la práctica imponen obligaciones crecientes en materia ambiental, laboral o de derechos humanos.
Comprender esta distinción es indispensable para evaluar la política exterior de México y anticipar los efectos económicos y geopolíticos de sus compromisos internacionales.
México deberá navegar entre tratados que consolidan su integración con Norteamérica y convenios que lo vinculan a agendas globales. El desafío será no perder soberanía ni competitividad en el intento. Para ello, será clave una política exterior más estratégica, que priorice los intereses nacionales sin desatender la cooperación internacional.
En un mundo donde cada palabra tiene peso diplomático, la diferencia entre “tratado” y “convenio” puede significar la diferencia entre el desarrollo soberano y la dependencia perpetua.